Los sirvientes subieron corriendo la escalera interior aterrados y gritando:
! El Vizconde ha muerto! ¡ El Vizconde ha muerto!
La vizcondesa se encontraba dando clase de piano cuando le dieron la fatal noticia.
El testamento era claro y conciso, en caso de que los Vizcondes no tuvieran descendencia todas las propiedades serían donadas al Estado.
Tampoco era algo que le quitara el sueño, ella por su parte era una reconocida modista internacional, siempre con un pié entre Paris, Milán y su Oporto natal.
Después del sepelio, cerró por última vez el palacio, contenta de todo lo que había vivido entre esas cuatro paredes y con la esperanza de que otras personas pudieran también disfrutar de este lugar.
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