Las explicaciones sobre mi marcha se repetían en mi cabeza constantemente mientras me afeitaba.
No supe como decir a mis amigos que me marchaba y que probablemente tardaríamos mucho tiempo en volver a vernos.
Había encontrado trabajo y no podía posponer eso demasiado tiempo pues estaba al borde de la bancarrota, intenté seguir viviendo en mi pueblo por activa y por pasiva pero cuando cerraron la fábrica la mitad de sus habitantes marcharon a la ciudad, poco a poco fueron cerrando los pequeños negocios, el carpintero, el bar,el colmado, casi todos acabaron bajando la persiana en un incesante goteo de vecinos que partían en busca de un mejor porvenir.
Así que decidí organizar una fiesta en mi casa y no contarles lo que era evidente, nunca me gustaron las despedidas y me negué a sentirme triste y melancólico, no quería ese tipo de recuerdo.
Quería una fiesta por todo lo alto y así fue. Bolsas de cotillón, confeti, máscaras, matasuegras todo regado con buen vino y buena cerveza.
Y así fue como me llevé las sonrisas de todos en mi maleta. Aun hoy día se me saltan las lágrimas de la risa que me coge cuando los recuerdo borrachos asomados al balcón cantando Paquito el Chocolatero.
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