Mientras trabajaba con su máquina de coser iba gestionando mentalmente los pedidos pendientes de entregar, como costurera y modista ya tenía una extensa red de contactos.
Junto con la tapadera del alquiler de revistas se había hecho una abultada agenda de clientes, guardando sus datos con estricto hermetismo.
Hojas de afeitar, literatura prohibida, tabaco, legumbres, harina, vino o cualquier cosa imposible de conseguir en el inexistente mercado era posible tenerlo en una semana previo pago por adelantado.
El pueblo parecía fantasma, escaparates vacíos, pocas personas por las calles y en las tiendas poco o nada se despachaba. Salvo a principios de mes que era cuando daban el racionamiento.
La gente acudía famélica con su cartilla y sus cupones, la Comisaría de Abastos consideraba que para una familia de 6 personas eran suficientes kilo y medio de azúcar, otro tanto de arroz y litro y medio de aceite y a veces excepcionalmente una libra de chocolate.
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