El reparto siempre era complicado, a la ardua tarea de ir con su añeja bicicleta por caminos de cabras se le unía el miedo a ser descubierto por la autoridad o a ser asaltado en la montaña por cualquiera con más hambre que el.
Por suerte su conocimiento de toda la zona del Pirineo jugaba a su favor, había sido pastor y los caminos, rieras, montes o cuevas donde pasar la noche no tenían secretos para el.
No solía salir a pleno día y por la noche no ponía la luz frontal si no era estrictamente necesario, bajo la luz de la luna iba y venía llevando y trayendo cosas a través de los pasos montañosos luchando contra el viento, el frío y la lluvia. En ocasiones escondía su bicicleta y seguía a pié con el fardo a cuestas hasta el destino.
Lo importante siempre era tener máxima discreción.