Can Magriñá.

En Can Magriñá, las diferencias sociales, culturales y económicas entre los dueños y los trabajadores eran tan abismales que marcaban la diferencia a la hora de superar una enfermedad.

En 1910 en el primer Congreso Español Internacional de la Tuberculosis R. Rodriguez mendez dijo:

"El rico de buenas costumbres es menos presa de la tuberculosis y tiene medios, para el fáciles, de evitarla o de curarla si se inicia, de hacerla menos rápida y mas llevadera cuando mata. El pobre resiste menos y no posee los necesarios recursos para huir del daño, ni tal vez para mitigarlo cuando es inválido."

También el Sr Queraltó nos ha dejado su testimonio sobre las viviendas obreras.

¡Cuantas veces visitando enfermos en consulta, en las barriadas obreras de nuestra Barcelona, no he sentido la horridez inmensa de aquellos hogares luctuosos!

Las casas están como entupidas de habitantes; cada rellano es un pueblo; cada puerta una tribu; cada alcoba una familia. La escalera es pestilente; las puertas exhalan el vaho del pudridero; el aire acre, pestoso, averiado, mugriento, abrasa la garganta.

(Lluita antituberculosa a Catalunya, Josep Mª Calvet. )






















El peletero.

Selección de pieles del almacén, cortado de las mismas con precisión quirúrgica , clavado de las piezas para darle la forma deseada, retoques con el patrón, cosido a máquina y forrado.

Así es como se hacían los mejores abrigos del país, carísimos pero para toda la vida ya que siempre se pueden volver a retocar.

En este oficio tradicional se ponía la misma pasión para confeccionar un abrigo de visón que para una "chupa" de cuero, era una cuestión de orgullo profesional.

Tras el fallecimiento repentino del señor Juan a principios de 1980 el negocio quedó totalmente desatendido.

 Cerrado a cal y canto desde entonces quedó este espacio congelado en el tiempo. Sólo la visita esporádica de algún que otro ladrón rompía el silencio del abandono.

La humedad y el paso de los años sin mantenimiento ha hecho caer techos y paredes y nos ha permitido visitar este lugar que por suerte aun conserva restos de su historia.



                  















Rulos y ganchillo.

En el Casco Viejo se encontraba la casa de Rosita.

Se pasó  muchísimos años haciendo peinados a sus vecinas, amigas y familiares tras graduarse en la Escuela de Peluquería.

Si querías enterarte de todos los chismorreos del barrio ese era el lugar adecuado.

Irrepetibles tertulias tuvieron allí lugar, entre rulos, tintes, revistas y ganchillo a todo trapo.

En esa época sin internet, si querías estar al día del cotarro y saber vida y milagros de todo el mundo alguna mujer de tu familia tenía que pasar por uno de estos puntos de información.

















Ca la Marisa.

Cuentan quienes conocieron Ca la Marisa que aquí era donde se elaboraban los mejores postres  del pueblo.

Natillas, huesitos de santo, churros, torrijas con canela y la especialidad de la casa, la horchata fresca. En verano era habitual ver a los clientes llevársela en sus propias botellas para ahorrarse el envase. 

Es sabido que era imposible no tener hambre cuando entrabas por la puerta, con ese olor a flan con nata y café que dominaba el ambiente.