Can Seixanta. 3ª parte. El repartidor.


El reparto siempre era complicado, a la ardua tarea de ir con su añeja bicicleta por caminos de cabras se le unía el miedo a ser descubierto por la autoridad o a ser asaltado en la montaña por cualquiera con más hambre que el.

Por suerte su conocimiento de toda la zona del Pirineo jugaba a su favor, había sido pastor y los caminos, rieras, montes o cuevas donde pasar la noche no tenían secretos para el.

No solía salir a pleno día y por la noche no ponía la luz frontal si no era estrictamente necesario, bajo la luz de la luna iba y venía llevando y trayendo cosas a través de los pasos montañosos luchando contra el viento, el frío y la lluvia. En ocasiones escondía su bicicleta y seguía a pié con el fardo a cuestas hasta el destino.

Lo importante siempre era tener máxima discreción.








 










Can Seixanta. 2ª parte. La Costurera.

Mientras trabajaba con su máquina de coser iba gestionando mentalmente los pedidos pendientes de entregar, como costurera y modista ya tenía una extensa red de contactos.

Junto con la tapadera del alquiler de revistas se había hecho una abultada agenda de clientes, guardando sus datos con estricto hermetismo.

Hojas de afeitar, literatura prohibida, tabaco, legumbres, harina, vino o cualquier cosa imposible de conseguir en el inexistente mercado era posible tenerlo en una semana previo pago por adelantado.

El pueblo parecía fantasma, escaparates vacíos, pocas personas por las calles y en las tiendas poco o nada se despachaba. Salvo a principios de mes que era cuando daban el racionamiento. 

La gente acudía famélica con su cartilla y sus cupones, la Comisaría de Abastos consideraba que para una familia de 6 personas eran suficientes kilo y medio de azúcar, otro tanto de arroz y litro y medio de aceite y a veces excepcionalmente una libra de chocolate.






















Can Seixanta. 1ª parte. El neurótico.


En la posguerra civil muchas familias quedaron desamparadas, la necesidad y el ingenio hicieron que tres familias sobrevivieran juntas gracias al estraperlo.

El dueño de la masía enviudó en la guerra. Aquel revés de la vida desembocó en una neurosis obsesiva, lo que conllevaba angustia y una conducta controladora cuyos principales síntomas era una necesidad sistemática de comprobarlo todo a fondo y una tendencia a ser extremadamente minucioso. El consumo excesivo de Anti-neurasténicos y las inyecciones de Vito-Serum con estricnina no ayudaban a mantenerlo tranquilo nunca.

Gracias a eso la Guardia Civil jamás sospechó de ellos, estructuró con todo detalle las funciones de cada uno, el reparto, la tapadera e incluso de quien fiarse y de quien no a la hora de vender el contrabando.

La matriarca de la segunda familia era una gran costurera y consumidora voraz de revistas de la época, las cuales alquilaba a los vecinos de los pueblos colindantes, mucho dinero no daba, pero como tapadera era magistral.

Del reparto se encargaba el patriarca de la tercera familia, era un hombre muy rudo, cualquiera que repartiera contrabando de productos básicos sobre una bicicleta de la época por esos inhumanos caminos rurales tenía que serlo. Era quien se jugaba el tipo.

El que queden en el lugar Cartillas de Racionamiento sin utilizar no deja lugar a dudas de que la cooperación les funcionó de maravilla.





















El pasado.


Septiembre de 1996. Hoy hace seis años que dejé de consumir heroína.

Yo no era el típico yonki incauto de finales de los 70 que se metió en esto por desconocimiento. Ya había sufrido la muerte de mi mejor amigo, lo encontró su padre en el lavabo de su casa, tieso como la mojama y con la "chuta" en el brazo, pero pese a haber vivido algo tan fuerte no dudé en probarla, sólo era una raya y eso me pareció menos adictivo que inyectarme la sustancia directamente en vena.

No ha sido fácil mantenerme alejado de la tentación de recaer, de echo ahora mismo mientras escribo este texto les comento a mis compañeros del Centro de Desintoxicación que si no les apetece un "pico" para animar la tarde. Entre risas me recuerdan lo cabrón que soy y que mejor lo dejemos para mañana. Los ex-consumidores tenemos un humor un poco macabro entre nosotros y siempre estamos con este tipo de bromas, mitad en broma, mitad en serio.

Cuando ya has pasado por todas las fases del adicto te tomas ciertas libertades, como reírte de ti mismo, la de veces que nos metemos con los tatuajes talegueros que llevamos o con los pocos dientes que nos quedan. 

Todos nosotros hemos pasado por la privación de libertad, la persecución policial, la abstinencia, la indigencia y la pérdida de tanta y tanta gente querida. A estas alturas de la batalla y como cantaban los Monty Python, nos podemos permitir mirar el lado brillante de la vida.